Querida Vir,
Perdón por la demora en responder tu última carta, fueron unos días muy intensos. ¡Muero por leer el libro de Pauls! Me transmitiste a full tu entusiasmo. Lamentablemente va a estar muy difícil, lo busqué en Buenos Aires antes de viajar y no lo pude encontrar. (A ver si algún miembro de mi familia que viene este verano entiende la indirecta…)

Te cuento que estas semanas estoy haciendo una pasantía en el área de Venta de Derechos en Egmont, la editorial más grande especializada en infantil. Más allá de que me aburre mucho el area de Rights, no deja de sorprenderme lo organizados que son los ingleses para venderles sus libros a tooooodos los países del mundo, desde Corea y China hasta Serbia, Sudáfrica, Argentina. También me entristece lo poco interesados que están en comprar libros de otros lugares. ¿Podés creer que en todo su catálogo no tienen un solo libro traducido? O mejor dicho, tienen uno traducido del inglés… estadounidense (¡!). En parte es porque los editores no hablan otro idioma que no sea inglés (y por eso es tan difícil conseguir trabajo siendo extranjero). Y en parte es porque tienen el chip imperialista y colonialista tan arraigado que ni siquiera se dan cuenta de que en el mundo los libros tienen que viajar ida y vuelta, y que hay muchísimas cosas valiosas dando vueltas en otros idiomas y otros mercados.
Pero en fin, aunque parezca que me estoy desviando, esta reflexión tiene que ver con el libro que te quiero mostrar hoy: What A Wonderful Word, de Nicola Edwards y Luisa Uribe.
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